Hace tiempo escuché un comentario que me dejó asombrada “la mente es una carcel”
Esta frase se quedó dando vueltas en mi memoria, verdaderamente me impresionó.
Más adelante me di cuenta de que muchas personas piensan así:
• la cárcel de la mente, tan oscura y poderosa, de la que no se puede escapar.
•la cárcel de la mente que nos ancla y encadena a todo lo malo que forma parte de nuestro yo: nuestros peores deseos, nuestros miedos avergonzantes, nuestros fallos y debilidades.
•la cárcel de la mente siempre ahí, recordándonos que no podemos escapar de nosotros mismos, que nunca podremos ser de otra forma... que el yo cae sobre nosotros sin vuelta de hoja, como una maldición.
¿Pues sabéis que os digo? Que Yo no estoy de acuerdo con nada de esto.
Conocerse a uno mismo es un proceso largo y precioso. Como todo en esta vida, no somos como idealizamos; en este proceso solemos encontrar cosas que nos descolocan al descubrirlas pero que, cuando aprendemos a utilizarlas, nos hacen sentir totalmente únicos y valiosos.
Suele ocurrir que los rasgos de personalidad más difíciles de manejar, terminan convirtiéndose en aquellos que nos hacen sentir más nosotros mismos. Cuando trabajamos y pulimos estos rasgos, se convierten en las piezas de arte más exclusivas que decoran nuestro ser de forma totalmente genuina. Finalmente aprendemos a armonizar todo lo demás en torno a esos rasgos o características porque son los que más nos identifican; incluso elegimos trabajo o nos casamos teniéndolos en cuenta.
Curiosamente, terminamos construyendo nuestra vida en función de algo que inicialmente nos hacía sentir inseguros, y que en algunos momentos incluso nos ha llegado a generar verdadera rabia y hasta odio.
¿Como es posible que, ese algo que siempre hemos querido ocultar (ya sea un carácter fuerte, una sensibilidad elevada, necesidad de control) se transforme de pronto en el centro de nuestra personalidad? ¿Que nos llegue incluso a hacer sentir satisfechos de nosotros mismos?
Como os he explicado más arriba, el autoconocimiento es un proceso largo y precioso en el que aprendemos a valorarnos en nuestra realidad. Un proceso por el que renunciamos a la idealización de nuestro ser y pactamos con dejar de machacarnos y empezar a mirarnos con ojos pacientes y compasivos. Cuando conseguimos abandonar las gafas de la hipercrítica y logramos ver todo ese universo de posibilidades que nuestro ser nos ofrece, empezamos a sentirnos a gusto y agradecidos por ser quienes somos.
No es sencillo, no es superficial. Es un viaje profundo hacia nuestro interior repleto de retos y sorpresas que tiene como fin algo que no imaginabas, pero que te va a encantar: tu propia mente, tu propio ser.
¿te apuntas?
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