
Lo que ocurre es que a veces la hiper estructuración del entorno se centra más en marcarnos objetivos que alcanzar, que en invitarnos a expresar nuestra particular manera de ver las cosas.
Desde pequeñitos se nos lleva de la mano a encajar con esquemas preestablecidos, se nos observa con el fin de evaluar que mejoras o modificaciones debemos realizar para alcanzar los objetivos... pero nadie nos pregunta ¿y tú quién eres? ¿Qué tienes que aportar a este mundo? ¿Cómo puede tu existencia mejorar las cosas?
Igual mientras leéis pensáis ¿pero ésta que dice ahora? ¡Se le ha pirado! (Ya decía yo que los psiquiatras...🤣)
Lo que digo es que hoy en día le damos más valor a la producción que a la creación y En nuestra mente productiva lo que tiene sentido es lo homogéneo y lo funcional y no se contempla lo genuino, el cambio ni la adaptación. ¿Pero sabéis que ocurre? Que el ser humano es precisamente eso: cambio, adaptación, experimentación y aprendizaje. No estamos hechos para lo inmutable, estamos hechos para la sorpresa y el juego, para la curiosidad y el descubrimiento.
Nos pasamos la infancia escuchando: esto es de mayores y esto de pequeños, los mayores hacen esto y no lo otro, los mayores hacen las cosas así y no asá... y cuando llegamos a ese “ser mayores” ¡que desilusión! Entramos de golpe y porrazo en el mundo de la apariencia.
Hoy en día, incluso los mundos más artísticos están viciados con formalismos, ya no se utilizan para fomentar la expresividad individual, sino que se limitan a proponer ideales (como es tan habitual en el mundo de la moda por ejemplo) y nosotros nos limitamos a obedecer. Así es como estamos todo el día mirando a otros esperando "inspirarnos" y pensando “quiero parecerme a... me quiero comprar eso que está de moda... este año se lleva esto para decorar”
parece que no nos fiamos de nosotros mismos o que no tenemos interés por darnos a conocer... ya no nos centramos en crecer cómo personas. Parece que nuestro objetivo vital se ha convertido en aparentar, parecer, encajar.
En medio de todo este embrollo de reflexiones apareció en nuestra vida la teoría de las piezas sueltas que supone el triunfo del valor de lo personal sobre el valor de lo material. Esta teoría propone como centro del juego el intelecto, el ingenio, la creatividad... en lugar del juguete. Nos muestra la esencia de la persona a través de su interacción con la “nada” porque eso es lo que son las piezas sueltas: trozos de madera, metal, plástico, cuerda, goma... NADA.
Cuando miramos a una persona jugar con piezas sueltas nos sorprendemos ante su imaginación, su inteligencia, su capacidad estética... sin darnos cuenta esa persona se vuelve cada vez más valiosa ante nuestros ojos, por la mera observación. Tomamos conciencia de la potencialidad, no simplemente de la pieza, sino del ser que juega.
Además la "no dirección" del juego le permite al niño utilizarlo como necesite en cada momento: no es un niño obedeciendo reglas; es un niño expresándose, es un niño siendo.

Los niños son preverbales y aunque hablen, muchas veces no tienen el mismo dominio del lenguaje que un adulto, por eso el juego es tan importante. El Niño en su juego habla, nos cuenta qué cosas le interesan en cada momento, experimenta lo que le da curiosidad y va integrando los descubrimientos que realiza sobre el mundo que le rodea. Por eso hay terapias basadas en el juego, porque el juego es una forma de expresión.
En el mundo adulto también tenemos otras formas de expresarnos a parte del lenguaje habitual: el arte, la moda, la decoración.
Así como contar las cosas de palabra le ayuda al cerebro a entender lo que va ocurriendo día a día y a aceptar las cosas que le generan impacto... pintar, escribir o tocar música son lenguajes que nuestro cerebro también utiliza para "soltar" todo eso que llevamos dentro. Si el objetivo que perseguimos con nuestro estilo, nuestra pintura o nuestra música es encajar o aparentar, no estamos expresando lo que tenemos dentro: estamos fingiendo. Nos estamos confundiendo.
Para ser felices necesitamos conocernos y permitirnos ser, practicando la aceptación a base de mostrarnos al exterior. Quizá al principio no seamos capaces de hacerlo con las palabras, pero si empleamos la pintura, la ropa que nos ponemos, la música... para empezar a darnos voz y reafirmarnos, poco a poco iremos logrando reconciliarnos con nosotros mismos y comenzaremos a darle menos valor a encajar y más valor a SER.
Espero que este post os ayude a tomar conciencia de lo importante que resulta validarse a uno mismo y permitir a los demás ser tal y como son. Sin juzgarnos los unos a los otros, comprendiendo que lo genuino del ser humano es la unicidad. Aprendamos a fomentarla y protegerla.
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